“Como destino para unos pocos —para los que de ningún modo se habían elevado por encima de la vida común— se había concebido el Ade, es decir, una existencia residual y larvaria a partir de la muerte, privada de verdadera conciencia, en el mundo subterráneo de las sombras. La inmortalidad, además de la de los olímpicos, era un privilegio de los «héroes», es decir, una conquista excepcional de unos cuantos seres superiores. Ahora bien, en las más antiguas tradiciones helénicas encontramos que la inmortalidad de los «héroes» se deduce específica-mente en el símbolo de su ascensión a las montañas y de su «desaparición» en las montañas. Vuelve, pues, el misterio de las «alturas» porque, por otra parte, en esa misma «desaparición» debemos ver un símbolo material de una transfiguración espiritual. Desaparecer, o «volverse invisible», o «ser arrebatado en las alturas», no es algo que deba ser tomado en un sentido literal, sino que significa esencialmente ser traspasado, de modo virtual, desde el mundo visible de los cuerpos particulares a la común experiencia humana, hasta el mundo suprasensible en el cual «no existe la muerte».”